¿No estaremos, muchos
de nosotros, queriendo romper los moldes burgueses a base de nostalgias
igualmente burguesas? Había que leer esa frase, Nena, me entendés, había que
leerla y sentir que todo era una mentira: el engaño y su denuncia, sobre todo
su denuncia, esa mentira al cuadrado, esa moral de alquiler para artículos de
opinión. Había que leer esa frase, de la manera en que vos y yo entendemos que
se debe leer: doliendo. Esa manera masoquista, entre el funeral y el parto. ¿No estaremos, muchos de nosotros?. Andar los ojos como un ejército bárbaro, incendiando cada letra y, simultáneamente,
permitiendo que algo nuevo creciese ahí. Y no era ningún fuego redentor, claro
que no, pero había que quemar las palabras y que, de alguna manera, del otro
lado del espejo, estas nos quemasen a nosotros. La rebelión también es mirar
una palabra hasta hacerla cenizas; vos y yo sabíamos que eso también era permitirles
el vuelo, posibilitar que las pudiésemos respirar, ahogarnos en ellas, que
quedasen en alguna parte, volver a escribirlas.
No empieces con la enumeración académica, Nena. Supongo que
eso nos aleja un poco, que vos y yo elegimos diferentes olvidos. ¿A qué viene
esto, justo acá, que el olvido es una mala palabra? Sí, ya sé que no soy la
primera persona en sostener que el lector es quien escribe algo. Claro, te
prohíbo eso y me saltás con la dedicatoria del libro que estás leyendo. Sí, por
supuesto que es trivial y fortuita la circunstancia de que seas vos la lectora
y yo esté redactando esto. Pero no te olvides del resto del libro, no te
olvides que quizás ni siquiera sea yo quien está escribiendo. Y si lo soy, tu
simple lectura me anula, me lleva de la mano al patíbulo.¿No estaremos, nosotros?.
Me enredo de palabras; de eso va a ser mi horca, ya vas a
ver. Y justo a vos te explico, justo a vos te vengo a comentar esa frase y te vengo a plantear que no, que la mentira
al cuadrado es el peor engaño excepto todos los demás (exceptuando, diría el
que te dije). A vos te vengo a hablar de que es denunciar o colgar el cartel de
“se vende”, justo a vos que debés ser la única persona que sabe cómo parpadear
sin consentir ese simulacro en miniatura de la bajada de persiana.
Sí, por supuesto que es una nostalgia burguesa (valga la
redundancia). Si cualquier acción está teñida de un egoísmo ineludible, vital,
¿cómo apositar la vida con algo tan birrioso y fatal como el lenguaje?
Y sin embargo, plantear la literatura como algo más que una
barricada, que una trinchera. Basta decir que cada día, elegimos decir silla
para que el otro entienda que nos referimos a un mueble en donde la gente se
sienta, incluso cuando eso nos aleje de la silla, de lo que hay detrás de esas
cinco letras. Elegimos a las personas antes que la verdad, ¿pero eso es acaso
menos cierto, menos real?
Y también que en la literatura, como en la vida, la denuncia
tiene formas sutiles: un cuento fantástico, una golondrina, un poema sobre algo
que pasó en una comida en Plentzia. Desmitificar toda revolución de su lenguaje
revolucionario, todo arte de su compromiso ineludible y consciente de ser
reflejo de su época. Pobre aquella revolución que necesita de sus compañeros,
de sus derechos, de sus emancipaciones, de sus neocolonialismos, de toda su
fanfarria de cadáveres dialécticos. Pobre aquella revolución que no entienda
que puede ser una margarita o una medusa. “Beethoven haciendo sonatas en plena
época de la Revolución Francesa”, citás, como esperando que te corone de
estrellitas doradas y medallas al mérito académico. ¿No estaremos? Pobre aquel escritor que
necesite del color local para escribir sobre su país. Sobre todo acá, que no te
perdonan que no escribas sobre la patria sin saber que, justamente porque somos
de acá, no necesitamos la fanfarria de los gauchos o los cabecitas negras o los
Andes y San Martín libertando medio América del Sur. Queremos escribir como
latinoamericanos y nos olvidamos de que ya lo somos. Así, como uno se puede
encontrar caminando Buenos Aires en un cuento sobre galerías francesas, también
puede rabiar y llorar y secarse las lágrimas con el puño para seguir, porque
siempre, seguir, en medio de un poema a una alondra. “A un jilguero”, interviene
Fulano, ampliando el inventario de pájaros que fabrica la literatura.
Más allá de toda nostalgia burguesa, del engaño que es
cualquier acción que asuma o finja no serlo, cualquier cosa menos bajar la
persiana. No.Y quizás eso es también un poco saltar el muro, porque todo salto es
una destrucción. ¿Quién necesita
demoledoras y grúas, cuando cada salto lo abole, se ríe en su cara, lo inutiliza?
Carrera de vallas. Pasar y abolir. El salto que toda valla condena pero que, de
cierta manera, es su razón de ser, porque la define, porque toda valla es un
salto en potencia. Valla que lo es porque se salta, pero después del salto,
¿qué? Quedan los vestigios, pero la
gente ya está aplaudiendo en la meta. ¿Qué destrucción más cruel, qué abismos
más insondables, qué condena más eterna e insalvable?
En definitiva, Nena, nunca, ninguna palabra hizo del mundo
un lugar mejor, pero lo han hecho más lindo. Vaya si lo han hecho más lindo.
El tema es qué palabras.
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