sábado, 23 de abril de 2016

Sobre vivir (o cosas que escribo mientras Nena me mira y sonríe).

¿No estaremos, muchos de nosotros, queriendo romper los moldes burgueses a base de nostalgias igualmente burguesas? Había que leer esa frase, Nena, me entendés, había que leerla y sentir que todo era una mentira: el engaño y su denuncia, sobre todo su denuncia, esa mentira al cuadrado, esa moral de alquiler para artículos de opinión. Había que leer esa frase, de la manera en que vos y yo entendemos que se debe leer: doliendo. Esa manera masoquista, entre el funeral y el parto. ¿No estaremos, muchos de nosotros?. Andar los ojos como un ejército bárbaro, incendiando cada letra y, simultáneamente, permitiendo que algo nuevo creciese ahí. Y no era ningún fuego redentor, claro que no, pero había que quemar las palabras y que, de alguna manera, del otro lado del espejo, estas nos quemasen a nosotros. La rebelión también es mirar una palabra hasta hacerla cenizas; vos y yo sabíamos que eso también era permitirles el vuelo, posibilitar que las pudiésemos respirar, ahogarnos en ellas, que quedasen en alguna parte, volver a escribirlas.
No empieces con la enumeración académica, Nena. Supongo que eso nos aleja un poco, que vos y yo elegimos diferentes olvidos. ¿A qué viene esto, justo acá, que el olvido es una mala palabra? Sí, ya sé que no soy la primera persona en sostener que el lector es quien escribe algo. Claro, te prohíbo eso y me saltás con la dedicatoria del libro que estás leyendo. Sí, por supuesto que es trivial y fortuita la circunstancia de que seas vos la lectora y yo esté redactando esto. Pero no te olvides del resto del libro, no te olvides que quizás ni siquiera sea yo quien está escribiendo. Y si lo soy, tu simple lectura me anula, me lleva de la mano al patíbulo.¿No estaremos, nosotros?.
Me enredo de palabras; de eso va a ser mi horca, ya vas a ver. Y justo a vos te explico, justo a vos te vengo a comentar esa frase  y te vengo a plantear que no, que la mentira al cuadrado es el peor engaño excepto todos los demás (exceptuando, diría el que te dije). A vos te vengo a hablar de que es denunciar o colgar el cartel de “se vende”, justo a vos que debés ser la única persona que sabe cómo parpadear sin consentir ese simulacro en miniatura de la bajada de persiana.
Sí, por supuesto que es una nostalgia burguesa (valga la redundancia). Si cualquier acción está teñida de un egoísmo ineludible, vital, ¿cómo apositar la vida con algo tan birrioso y fatal como el lenguaje?
Y sin embargo, plantear la literatura como algo más que una barricada, que una trinchera. Basta decir que cada día, elegimos decir silla para que el otro entienda que nos referimos a un mueble en donde la gente se sienta, incluso cuando eso nos aleje de la silla, de lo que hay detrás de esas cinco letras. Elegimos a las personas antes que la verdad, ¿pero eso es acaso menos cierto, menos real? 
Y también que en la literatura, como en la vida, la denuncia tiene formas sutiles: un cuento fantástico, una golondrina, un poema sobre algo que pasó en una comida en Plentzia. Desmitificar toda revolución de su lenguaje revolucionario, todo arte de su compromiso ineludible y consciente de ser reflejo de su época. Pobre aquella revolución que necesita de sus compañeros, de sus derechos, de sus emancipaciones, de sus neocolonialismos, de toda su fanfarria de cadáveres dialécticos. Pobre aquella revolución que no entienda que puede ser una margarita o una medusa. “Beethoven haciendo sonatas en plena época de la Revolución Francesa”, citás, como esperando que te corone de estrellitas doradas y medallas al mérito académico. ¿No estaremos? Pobre aquel escritor que necesite del color local para escribir sobre su país. Sobre todo acá, que no te perdonan que no escribas sobre la patria sin saber que, justamente porque somos de acá, no necesitamos la fanfarria de los gauchos o los cabecitas negras o los Andes y San Martín libertando medio América del Sur. Queremos escribir como latinoamericanos y nos olvidamos de que ya lo somos. Así, como uno se puede encontrar caminando Buenos Aires en un cuento sobre galerías francesas, también puede rabiar y llorar y secarse las lágrimas con el puño para seguir, porque siempre, seguir, en medio de un poema a una alondra. “A un jilguero”, interviene Fulano, ampliando el inventario de pájaros que fabrica la literatura.
Más allá de toda nostalgia burguesa, del engaño que es cualquier acción que asuma o finja no serlo, cualquier cosa menos bajar la persiana. No.Y quizás eso es también un poco saltar el muro, porque todo salto es una destrucción.  ¿Quién necesita demoledoras y grúas, cuando cada salto lo abole, se ríe en su cara, lo inutiliza? Carrera de vallas. Pasar y abolir. El salto que toda valla condena pero que, de cierta manera, es su razón de ser, porque la define, porque toda valla es un salto en potencia. Valla que lo es porque se salta, pero después del salto, ¿qué?  Quedan los vestigios, pero la gente ya está aplaudiendo en la meta. ¿Qué destrucción más cruel, qué abismos más insondables, qué condena más eterna e insalvable? 
En definitiva, Nena, nunca, ninguna palabra hizo del mundo un lugar mejor, pero lo han hecho más lindo. Vaya si lo han hecho más lindo.




El tema es qué palabras. 

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